Estrategia Internacional N° 13
Julio/Agosto - 1999

Diálogo de “paz” para apagar las llamas
de guerra civil en el campo
 
Después de meses de conversaciones, que incluyeron diversos momentos de empantanamiento, y luego de que Pastrana pudiera sortear una aguda crisis política y militar, se despejó el terreno para una nueva fase del “diálogo de paz”, que se iniciará el 20 de julio con la apertura de negociaciones formales. En este marco, la presencia de David Grasso, presidente de la Bolsa de Wall Street, que visitó Colombia hace unos días para “traer un mensaje de cooperación de los círculos financieros estadounidenses que ven con mucho interés el proceso de paz auspiciado por Pastrana.”1 y su visita al campamento de La Machaca, y se entrevistó con el Comandante de las FARC Raúl Reyes en pleno monte, sellando el encuentro con un abrazo, constituyó un espectacular espaldarazo al “proceso de paz” por parte del más granado del capital financiero yanqui.
El obstáculo central que trababa el diálogo estaba en la resistencia de algunos sectores y buena parte de los militares a los términos de negociación que impulsa Pastrana, tal como la duración del “despeje” en la zona de Caguán. La renuncia del ministro de defensa, Lloreda, de 17 de los 30 generales del Ejército, y de unos 200 altos oficiales, significó una importante derrota política de la “línea dura” e inclinó la balanza hacia el lado de Pastrana, aunque éste fracasó en su pedido de “poderes extraordinarios” al Congreso para asumir en sus manos todo los hilos del proceso de “paz”. Ahora, se inicia una nueva fase en las negociaciones
entre el gobierno y la guerrilla.
En esta nota queremos ofrecer a los lectores un “cuadro de la situación” a la luz del balance de casi diez meses de “diálogo” y de gobierno de Pastrana. El lector interesado podrá encontrar en EI nº 9, de julio del 98, junto al análisis de la política de “paz” que entonces recién se anunciaba,
una crítica detallada de la política y estrategia de las FARC.

La crisis del Estado y el régimen

El punto central de la preocupación del imperialismo y la burguesía colombiana está en el grado de deterioro del Estado burgués y sus instituciones fundamentales, las FF.AA., la policía, la justicia, corroídas por una aguda crisis que se acerca a la descomposición. Los datos más elocuentes son la pérdida de control sobre un 40% del territorio, la pérdida del “monopolio legal de la violencia”, la multiplicación de pequeños “estados dentro del estado” según el entrelazamiento de intereses de las mafias del narcotráfico, los terratenientes, las camarillas de militares. La situación del Ejército y la policía es calamitosa, como muestran las repetidas derrotas, incluso de batallones de élite, a manos de la guerrilla y el reiterado fracaso de sus ofensivas.
Señalemos aquí que el narcotráfico, con sus ingentes recursos financieros y sus métodos de mafia, es una poderosa fuente de descomposición de las instituciones del Estado, a la vez que de inestabilidad política y roces con Estados Unidos. El alineamiento de Pastrana con Washington, superando los roces de la época de Samper, significa aceptar las imposiciones de EE.UU. en torno a la cuestión del narcotráfico, una cuestión que afecta poderosos intereses ligados a este próspero negocio que deja en Colombia unos 3.000 millones de ganancias al año2, lo cual no dejará de ser fuente de nuevos “remezones” en la situación.
El régimen político se encuentra profundamente desprestigiado y los dos partidos tradicionales, el Conservador y el Liberal, en los que se apoyó por décadas el régimen bipartidista, sumamente desgastados, y el Partido Liberal, en particular, dividido en varias fracciones.
La inestabilidad colombiana coloca una enorme mancha de incertidumbre sobre un área clave del “patio trasero” de EE.UU, junto a Panamá (con su canal) y Venezuela (con su estratégica producción petrolera), en momentos en que el impacto de la crisis económica mundial está erosionando las bases de varios de los regímenes de la región. Los mismos países andinos que rodean a Colombia son un área de crecientes convulsiones económicas, sociales y políticas -Ecuador, donde vimos hace unos meses la primer gran respuesta de masas ante el impacto de la crisis económica, Perú, donde como decimos en otra nota de esta revista, Fujimori se acerca al ocaso, Venezuela, que ha producido el fenómeno bonapartista-populista de Chávez. En este marco, la marcha de la situación de Colombia se convierte en una cuestión decisiva para la situación política y de la lucha de clases en América Latina, y por tanto, en un gran problema para Washington y los gobiernos de la región, que respaldan con todas sus fuerzas el plan de Pastrana para estabilizar, “pacificar” al país y recomponer el Estado.

Una situación de guerra civil agraria

La “política de paz” de Pastrana, en nombre de lograr la “reconciliación, la reconstrucción y la paz” del país mediante “una salida política”, es la viga maestra de su plan de gobierno y cuenta con el respaldo de la amplia mayoría de la burguesía -el stablishment- y el imperialismo. Con ella, Pastrana busca desactivar la guerrilla y desmontar la situación de “conflicto armado” en el agro, mientras avanza en la recomposición del Estado y las FF.AA.
Entre tanto, mientras la palabra “paz” aparece miles de veces repetida en todos los discursos oficiales, ni por un sólo día han dejado de operar los paramilitares, asesinando a obreros agrícolas, dirigentes sindicales, petroleros y aterrorizando y expulsando de sus tierrras a miles de campesinos. Tampoco han cesado las “operaciones” del Ejército y la policía. La “violencia” en el campo se remonta a hace cuatro décadas, con el alzamiento en armas contra el gobierno conservador a principios de los 50. Desde entonces, las llamas de la guerra civil rural se han reavivado periódicamente. Desde mediados de los 80 recrudeció una feroz campaña de terror en el campo, cuyo motor ha sido la lucha de los terratenientes por apropiarse de las mejores tierras, expulsando a los campesinos y sometiendo a los obreros agrícolas. Las grandes empresas extranjeras han recurrido a los mismos métodos para despejar áreas petroleras, etc. Terratenientes y transnacionales son los responsables del enorme éxodo rural que afecta a más de 1.250.000 campesinos y que coloca a Colombia entre los países con más refugiados y desplazados, junto a Bosnia, Kosovo o Afganistán.
El sangriento instrumento de esta “limpieza de campesinos” han sido las bandas de paramilitares, que han sido legalizadas bajo el gobierno de Samper y reúnen a unos 5 o 6.000 hombres y operan en unos 350 municipios, sobre todo en la región del Urabá, estrechamente ligados a los terratenientes, al narcotráfico y al cuerpo de oficiales, siembran el terror entre los campesinos, los obreros rurales y la población humilde de los pueblos.3
En los últimos años la ofensiva de los terratenientes y esta feroz “guerra sucia” han terminado por provocar un movimiento de resistencia en las masas del campo, que es capitalizado por la guerrilla, cuya base social rural se ha ampliado entre los campesinos, que ven en los destacamentos guerrilleros un instrumento para defenderse del Ejército, la policía y las “guardias blancas” al servicio de los terratenientes. Así, se fortalece la guerrilla, reflejando de manera distorsionada el ascenso de las masas campesinas, y la actuación de las FARC, (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), y otras fuerzas guerrilleras menores (en particular el ELN -Ejército de Liberación nacional) se ha extendido y fortalecido, operando en unos 650 de los 1070 municipios del país y controlando o contando con fuerte presencia en un 40% del territorio nacional. En los últimos dos años las FARC y el ELN han incrementado sus efectivos en armas a más de 20.000 combatientes y propinando una serie de duros y espectaculares golpes al Ejército y a la policía.
La esencia del giro hacia una “salida política” que propone Pastrana se basa en el reconocimiento por parte de la mayoría de la burguesía colombiana y el imperialismo, de que la feroz “guerra sucia” sostenida durante años por el Ejército y los paramilitares ha resultado impotente para aplastar al movimiento de masas rural y urbano, y más bien, ha terminado encendiendo nuevas llamas de guerra civil en el campo, una situación peligrosísima para la burguesía y el imperialismo a la luz del verdadero polvorín de explosivas contradicciones sociales y políticas que es Colombia.

Un gobierno crudamente antiobrero y proimperialista

La política de “paz” del gobierno consiste, en consecuencia, en negociar algunas concesiones políticas formales para contener la situación en el campo y lograr finalmente la “rendición negociada” de la guerrilla, mientras impone además, un durísimo programa antiobrero y proimperialista, acompañando la reestructuración del Estado.
Sobre la política de diálogo descansan en buena medida otros aspectos claves del programa abiertamente proimperialista del gobierno: en lo económico -un brutal plan de “ajuste”, privatizaciones y “apertura”; en lo político -un plan de reforma del Estado y de sus instituciones, en especial, una reestructuración de las FF.AA. para devolverles capacidad operativa; y en lo internacional -un franco alineamiento con Estados Unidos, lo que significa superar los roces en torno a la cuestión del narcotráfico.
El gobierno impulsa un ambicioso plan de reestructuración de las FF.AA.: Hace uno días el propio Pastrana declaraba: “El proyecto de reestructuración de las fuerzas militares que presentamos es un paso oportuno con el que se aumenta la eficiencia y la eficacia de su gestión” Según la prensa, “el mandatario informó que este año ingresaron 10.000 soldados profesionales a las filas del ejército. El objetivo es tener 90.000 soldados profesionales combatientes.”4 Para ello, “el presupuesto de Defensa fue duplicado este año a US$ 1,2 mil millones, aumentado con 289 millones en ayuda americana.”5 Estados Unidos interviene abiertamente en este esfuerzo por recomponer las FF.AA. colombianas, y como señal de la preocupación yanqui por la inestabilidad en el país, no faltan las discusiones estratégicas sobre una eventual necesidad de intervención militar directa, incluso mediante alguna suerte de “grupo de países amigos”6 en la región.
Pastrana impulsa además medidas de reforma administrativa y territorial, para fortalecer al estado sobre todo el territorio.
Desde el punto de vista económico, el contenido de su programa, ya en marcha, es un profundo ataque a las ya miserables condiciones de vida y trabajo de las masas y un salto en el proceso de recolonización del país, para descargar sobre las espaldas del pueblo trabajador los costos de la severa recesión que golpea al país.

Una aguda recesión económica

En el terreno económico, Colombia, después de varios años de relativo dinamismo, se ha desbarrancado en lo que muchos analistas consideran la peor recesión en 70 años. “La economía de Colombia atraviesa por su peor momento desde los años 30, con un desempleo que alcanzó el 19,5% en el primer trimestre. Al mismo tiempo, Pastrana está tratando de controlar el creciente déficit fiscal que podría llegar al 5% del PBI este año. En los últimos 12 meses el peso ha perdido un 26% de su valor frente al dólar”7. Las exportaciones habrían caído un 6% en 1998, mientras que la caída de la cosecha del café hizo retroceder el PBI agrario un 5%. La construcción se haya en condiciones de semiparálisis mientras que la producción industrial está también en baja.
Este panorama está impactando al sector financiero, donde varios bancos tambalean. Las dimensiones de las cargas financieras que el estado debe sostener -y hacer pagar a las masas del pueblo pobre- son colosales. “El costo de recapitalizar a los bancos colombianos podría llegar a los US$ 6.000 millones este año. (...) Colombia debe saldar más de US$ 3.000 millones de deuda externa en la segunda mitad del año. Otra fuente de presión importante sobre el peso colombiano podría venir del apuro de las empresas por pagar deudas en dólares que no pueden reprogramar. Las empresas colombianas (...) paguen otros US$ 1.400 millones en el segundo semestre”8 Ante este panorama, el gobierno debió, a medidos de junio, ensanchar la “banda cambiaria” en lo que de hecho significa ir a una mayor devaluación, y crecen las especulaciones sobre corridas contra el peso, mientras se prepara un “plan de rescate” para salvar al sector financiero en dificultades que insumiría la friolera de unos 7 billones de pesos. En suma, completan este panorama crítico la crisis fiscal, que el gobierno pretende combatir con un refuerzo de los impuestos, y un brutal recorte de gastos que ha comenzado a provocar el cierre de hospitales públicos en la propia Bogotá, y amenaza con colapsar la educación y salud públicas, el mantenimiento de caminos, etc., mientras que Pastrana consagra el grueso de los recursos al pago de la deuda externa, por un lado, y al plan de reestructuración de las FF.AA., cuyo presupuesto a duplicado, por otro.

Un gobierno débil, sentado sobre un volcán... pero armado de una “política fuerte”

Pastrana debe intentar la aplicación de sus planes en medio de esta situación económica, social y política convulsiva, y contando con condiciones muy distintas a las que permitieron el asentamiento de los planes “neoliberales” en varios países de la región a principios de la década.
El de Pastrana es un gobierno relativamente débil -con poca base social para aplicar este programa-, y se apoya en un régimen en crisis, pero cuenta a su favor con una “política muy fuerte” en el diálogo de “paz”, ya que la cuestión de la “paz” concentran muchos anhelos e ilusiones de la mayor parte de la población. Para aplicar sus planes y hacer correr su política de “paz”, el gobierno necesita la colaboración de la cúpula de las FARC para desactivar la lucha del movimiento campesino, impedir que converja con el movimiento obrero, y lograr el desarme de la guerrilla. En esas ilusiones y aspiraciones de las masas, se apoyan las direcciones reformistas (la burocracia sindical de la CUT y la cúpula guerrillera) para darle a Pastrana un sostén más o menos desembozado en nombre de la “búsqueda de una salida política”. Este cuadro de situación explica las raíces de la fuerza política de Pastrana, una fuerza política que no le podría garantizar por sí mismo su rol de agente incondicional de la gran burguesía colombiana y de Washington, y que por otra parte, debe contar con la oposición de sectores que se sienten desplazados o perjudicados por su política, como son en particular, las camarillas militares que ven al actual “proceso de paz” como una “rendición ante la guerrilla”, entre los que, por supuesto, están los sectores ligados a los paramilitares, o las alas de la mediana y baja burguesías rural, comercial e industrial, golpeados por la recesión, a los que el programa económico del gobierno, diseñado a la medida de la oligarquía financiera, amenaza con la ruina. En las circunstancias actuales, cualquiera de estos elementos podría ser fuente de brechas en las alturas del régimen, que las masas podrían aprovechar para irrumpir en escena y volcar la situación a su favor. Una razón más para que Pastrana haga todos los esfuerzos posible para envolver al país entero, con la colaboración de las cúpulas sindicales y guerrilleras, en la trama de los diálogos, pactos y concertaciones cuyo eje siempre presente es la “paz”.

Fermenta la agitación entre los trabajadores y las masas pobres

La recesión y la aplicación del duro programa económico del gobierno están tensando al extremo las relaciones entre las clases y grupos sociales, en un país signado tradicionalmente por una brutal polarización de clases, donde la miseria campesina y el desempleo y subempleo urbanos masivos, contrastan agudamente con la acumulación de ingresos y recursos en manos de una poderosa oligarquía burguesa y terrateniente y una relativamente rica nueva clase media en las ciudades del centro del país. Expresando estas tensiones sociales, han comenzado a desarrollarse protestas, reclamos y movilizaciones de pequeños y medianos productores rurales, de los pequeños propietarios del transporte, etc., motorizando además reclamos regionales en varias provincias por los más diversos problemas, desde el estado de las carreteras a las tarifas de electricidad.
Ha habido importantes paros de camioneros. Se suceden las protestas de pequeños y medianos productores de arroz o de algodón, en el Tolima, en los Llanos Orientales, en Santander y otras regiones. Las comunidades indígenas del Cauca realizaron en junio cortes de la Ruta Panamericana, y se han realizado varias protestas provinciales. En mayo, por ejemplo, en el departamento de Huila “unos cien mil campesinos taponaron las principales vías de acceso a la región en protesta por los altos intereses sobre los préstamos que adquirieron de bancos privados y estatales para la siembra.”9
La clase obrera, después de años de depresión, viene dando claras muestras de recuperación.
El durísimo programa de “ajuste” y reforma del Estado, que impulsa Pastrana va dirigido en primer lugar contra los trabajadores públicos. Esto ha provocado una serie de importantes luchas y movilizaciones, que marcan claramente la disposición a enfrentar al gobierno.
En octubre último, los 800.000 trabajadores públicos, que incluyen a sectores de importancia estratégica como los petroleros del estado, protagonizaron el mayor conflicto desde el gran Paro Cívico de 1977, una huelga que duró unas tres semanas y que se levantó mediante un acuerdo entre el Gobierno y las direcciones sindicales. Desde entonces se han producido reiterados conflictos obreros y populares, y de esta forma, Colombia es parte de las movilizaciones obreras, populares y estudiantiles que han venido recorriendo a varios países de la región en los últimos meses.
El 21 de febrero se produjo una jornada de lucha con la participación de estudiantes y profesores universitarios, mientras que en la región del Tequendama se hacía un paro cívico.
El 28 de febrero se realiza el importante paro de los transportistas.
El magisterio salió repetidas veces a la lucha, comenzando a recobrar su combativo papel tradicional. Desde el 19 de abril los 300.000 maestros del país lanzaron un paro indefinido que se prolongó varias semanas. A fines de ese mes, los docentes bloquearon los puntos fronterizos con Ecuador, hecho que provocó la represión conjunta de policías ecuatorianos y colombianos, así como la solidaridad de los docentes de Ecuador.
El 27 de abril, 50.000 trabajadores de la salud entraron en huelga en protesta contra los ajustes y las amenazas de privatización. Los estudiantes universitarios han realizado diferentes protestas, incluyendo marchas de varios miles.
El 1º de mayo, las tres centrales sindicales (CUT, CTC, CGTD) convocaron a la llamada “toma de Bogotá”, que reunió una masiva movilización, y a marchas en otras ciudades del país. Al 1º de mayo se sumaron columnas de estudiantes universitarios (que estaban también en conflicto) no sólo de Bogotá, sino también provenientes de Tunja y Tungasuca.
El 17 de junio se produjo un nuevo paro estatal de 24 horas que llevó a la huelga a cientos de miles de empleados públicos, petroleros del estado, maestros, etc., en protesta por el ajuste de Pastrana, los despidos en la administración y los bajos salarios.
La clase obrera colombiana viene manifestando desde principios de 1997 un claro proceso de recuperación después de años de retroceso bajo la brutal represión de los sucesivos gobiernos, el terror de los paramilitares y los ataques patronales. Baste señalar que en los últimos diez años, “la Central Unitaria de Trabajadores (...) ha lamentado 2.500 víctimas, sin que las muertes hubieran dado lugar a una sola investigación.... En octubre último fue asesinado su número dos, Jorge Ortego.”10 Entre tanto, “la tasa de afiliación sindical es del 6%, principalmente en el sector público”. Mientras los trabajadores soportan situaciones del 18% de empleo temporario, 14% de desempleo, hay un 56% de la población económicamente activa que sobrevive en base a ocupaciones “informales”11 En estas durísimas condiciones que enfrenta el movimiento obrero colombiano, se comprende que sean los estatales quienes estén a la vanguardia de la recuperación, no sólo por el ataque directo al que están sometidos, sino por las condiciones de estabilidad laboral y mayor libertad sindical con que cuentan, en comparación con los trabajadores de la empresa privada y la industria. Pero la situación plantea la posibilidad y la necesidad de unir a todas las capas de la clase obrera y a los pobres del campo y la ciudad en una gran lucha unificada que podría dar un golpe mortal a Pastrana, y su plan reaccionario y proimperialista.
Sin embargo, la política de las direcciones sindicales es un enorme obstáculo para el desarrollo de la lucha de los trabajadores del estado y para la unidad de todo el movimiento obrero y de masas contra Pastrana y su “ajustazo”. La cúpula de la CUT -la central mayoritaria y considerada más “combativa” y en la que tiene peso el stalinismo, sostiene la línea de “movilizar para concertar”. Es decir, realizar acciones no para buscar la derrota de los planes del gobierno sino para presionarlo y obligarlo a aceptar su negociación con las directivas sindicales, sector por sector y despreocupándose de las reivindicaciones de los desocupados, los “informales”, los campesinos, etc. La otra cara de esta estrategia de presión es la fórmula de “paz con justicia social” con que la CUT apoya de hecho la política del gobierno, la burguesía y el imperialismo de “proceso de paz”, impulsando una línea de “frente social” y de que la “sociedad civil” se exprese, para embridar al movimiento obrero y de masas junto a las instituciones patronales, la iglesia, las ONG (Organizaciones No Gubernamentales), y garantizar que la lucha se mantenga dentro de su estrategia de presión y de colaboración de clases, y por otro lado, ubicarse estratégicamente para impedir verse rebasados por la espontaneidad del movimiento de masas.

Las perspectivas del “proceso de paz”

Hace casi un año, en julio de 1998, cuando Pastrana acababa de ganar las elecciones y se daban los primeros pasos del diálogo, desde las páginas de Estrategia Internacional denunciamos que el plan de Pastrana, de la burguesía y el imperialismo era desarmar y desmovilizar a la guerrilla, logrando en la mesa de las negociaciones lo que no habían podido lograr con la “guerra sucia”. “Esta política de ‘diálogos’ y ‘amnistías’ fue utilizada una y otra vez por la oligarquía colombiana. Es el ‘sexto intento de rconciliación’ en medio siglo. (...) Todos los diálogos de paz que propuso la burguesía colombiana fueron el presagio de masacres para las masas, pues lo que se persigue es imponer la ‘paz de los cementerios’ ¿Por qué habría de ser distinto ahora?” Diez meses de negociaciones bajo el gobierno de Pastrana demuestran que la burguesía, los terratenientes y el imperialismo están muy lejos de haberse “reformado”, y que el reaccionario objetivo que persiguen es integrar a las FARC y desarmar a los combatientes, mientras que ha continuado el terror y la represión en el campo y las ciudades.
No puede descartarse que, urgido por la necesidad de desactivar las explosivas condiciones estructurales que enfrentan, la burguesía y el imperialismo se vean finalmente obligados a hacer alguna concesión política adicional -como por ejemplo, “recortarles las garras” a los paramilitares-, tampoco pueden excluirse “cortocircuitos” o aún una ruptura del diálogo. La publicación imperialista The Economist, por ejemplo, subraya al respecto: “Y en el contexto de un delicado proceso que podría estirarse bastante en la próxima década, siempre existe el temor de que, como ha ocurrido en previos intentos de paz, un acto particularmente irreflexivo y violento de una de las facciones armadas podría llevar a todo el proceso a derrumbarse.”12 Una provocación de los paramilitares o de algún sector descontento de las FF.AA., una crisis superior en el gobierno, etc. pueden actuar en ese sentido. Por todo ello, “Aún los más optimistas analistas -y no hay muchos de ellos-, predicen un tortuoso sendero hacia algún acuerdo, con muchos atascamientos por el camino.”13 Pero lo cierto es que el único “éxito” concebible para el proceso de paz es la rendición negociada de la guerrilla que quieren Pastrana, la burguesía y Estados Unidos. Allí está el modelo de los acuerdos de “paz” en Centroamérica para ver lo que eso significa; segundo, que Pastrana va a utilizar el aire político que le da la carta de la “paz” a ojos de las masas y el sostén que le brindan de las direcciones de la CUT y las FARC, para seguir aplicando su plan económico, de fortalecimiento del estado y reestructuración de las FF.AA., al servicio de los grandes capitalistas y los intereses imperialistas. Y en la medida en que logre avanzar por este camino, más firme para endurecer sus posiciones se sentirá en la mesa de negociaciones frente a los dirigentes de las FARC. Por una vía o por otra, la perspectiva final del diálogo puede resumirse en “O rendición negociada o presagio de nuevas masacres”.

La política de las FARC: “reformismo armado”

No negamos el derecho de las FARC a sentarse a negociar. Defendemos incondicionalmente a las organizaciones guerrilleras y a sus combatientes de la represión del Estado burgués. Nos pronunciamos contra todo intento de desarmarla e integrarla al régimen y denunciamos el hipócrita chantaje de Pastrana, la oligarquía colombiana y el imperialismo, que hablan de “paz” con las manos tintas de sangre de obreros y de campesinos. Pero no es posible dejar de denunciar ni por un momento la nefasta política y estrategia de la cúpula de las FARC, opuesta por el vértice a las necesidades de la movilización de los obreros y campesinos de Colombia.
La experiencia de diez meses así como las bases políticas con que se prepara la nueva fase del diálogo, demuestran que toda la política de las FARC está centrada en presionar a Pastrana y a la clase dominante para obtener por esa vía algunas reformas políticas en el régimen -como la convocatoria de una Asamblea Constituyente, y la utopía reformista del desarme de los paramilitares. Al respecto, las FARC le reclaman a Pastrana que “... sean perseguidos de manera efectiva por el Estado”14 El gobierno puede, tal como de hecho hizo, echar a algunos militares o poner ciertos límites al accionar de estos grupos, pero gestos de esta naturaleza significan bien poco mientras los terratenientes y los monopolios que crían y alimentan a estos perros asesinos sigan firmemente asentados en su propiedad y su poder.
Las FARC afirman que “la instalación de la mesa del diálogo es la esperanza viable para la búsqueda de paz con justicia social (y) puede convertirse en realidad con medidas políticas, económicas, sociales y estructurales que liquiden de raíz las profundas desigualdades expresadas en la crisis que afecta a la nación”15 Lo cierto es que Pastrana puede incluso acordar una Asamblea constituyente amañada u otras medidas políticas, como trampa para enmascarar el verdadero rostro del régimen semicolonial, pero ningún alivio vendrá a las penurias y demandas de las masas pobres de Colombia ni al peso de las cadenas impuestas por el imperialismo, sin atacar las bases de la propiedad de los latifundistas, los grandes empresarios, ni expulsar al imperialismo del país. Sin embargo las FARC, no sólo avalaron, con su abrazo a David Grasso, la ingerencia del capital imperialista en el “proceso de paz” sino que plantean que “ellos pueden intervenir en problemas económicos para resolver parte de la crisis que tienen los campesinos, los obreros, la gente desempleada. Si así lo hicieran serían muy bien recibidos”16. ¡“Ellos” son los máximos responsables de la miseria del pueblo colombiano, embellecerlos así es un verdadero crímen político contra los intereses más elementales de la nación oprimida!
Después del abrazo con David Grasso, el capo de Wall Street , estas declaraciones muestran que las FARC están empeñadas en un profundo giro a la derecha, incluso respecto a su tradicional política de “reformismo en armas”, es decir, de la estrategia de colaboración de clases en que las FARC han sido moldeadas desde sus orígenes por el stalinismo colombiano, y que se prepara para discutir su “reinserción” en la “democracia” colombiana.
Coherente con este curso estratégico, el proyecto político que impulsan las FARC, proponiendo la más “amplia unidad” en nombre de la lucha por una “patria democrática” y contra la “violencia, el terror, incertidumbre y corrupción” incluyendo a sectores de la burguesía, desprendimientos de los partidos tradicionales, alas de la iglesia (“liberales, conservadores, creyentes, no creyentes”), subordinan en nombre de la “amplitud” hacia la burguesía, a los obreros y campesinos y sus reivindicaciones. Si la cúpula de las FARC decide ir hasta el final por el camino de diálogo que propone Pastrana, terminará como las corrientes guerrilleras de Centroamérica como el FLSN, URNG o el FMLN, que mediante sendos acuerdos de paz, acabaron “recicladas” como partidos políticos de los regímenes que mantienen humillados bajo las cadenas imperialistas a El Salvador, Nicaragua y Guatemala.
Entre tanto, como demuestra toda su actuación, las FARC sólo logran mantener divididas las luchas del movimiento campesino y del proletariado, y demuestran ser un obstáculo para la alianza obrera y campesina y el desarrollo de la lucha de los oprimidos, tanto por su carácter de clase pequeñoburgués y por su estrategia y programa enemigos de la revolución obrera y socialista
La estrategia de colaboración de clases que las FARC comparten con la burocracia sindical de la CUT, el PC, el ELN, el MOIR17, y todas las corrientes stalinistas y populistas, utiliza la lucha de las masas, tanto la heroica guerra campesina, como las movilizaciones de los trabajadores urbanos, como una palanca de presión sobre la clase dominante, para forzarla a ceder concesiones y reformas en el régimen político, con la promesa que por esta vía de “concertación”, se podrán solucionar las demandas de pan, trabajo, tierra y libertad política. De esta forma las políticas de diálogo y concertación de estas direcciones le han permitido a Pastrana gobernar en medio de la crisis, aplicando su programa de la mano de la burguesía y el imperialismo, mientras utiliza hábilmente el anhelo de paz de las masas colombianas (cansadas del terror paramilitar, de la represión y la intimidación permanente, de los enormes grados de violencia social que han soportado por largos años), como un chantaje contra las propias masas, haciendo pasar su programa antiobrero y entreguista.

Por una estrategia obrera independiente para llevar al triunfo la lucha
de los obreros y campesinos colombianos

La estrategia que proponen las FARC y la CUT sólo puede llevar a nuevas derrotas y frustraciones la lucha de masas. Una política obrera independiente hoy sería opuesta por el vértice a la que ofrecen las direcciones reformistas y populistas, y comienza por la denuncia de la trampa de la “paz” de Pastrana, juego a que se prestan las FARC y la CUT, así como por impulsar la unidad de la lucha de los trabajadores y campesinos hacia una gran lucha nacional para derrotar a Pastrana y sus planes, basada en la más amplia autoorganización obrera y campesina y defendida con la autodefensa de masas (a las que debrían subordinarse las fuerzas en armas), por un un plan obrero de emergencia ante la recesión y de un plan de lucha para imponerlo. Y por la unidad con los trabajadores de todo el continente para enfrentar en común al imperialismo.
No hay solución a las demanda campesinas de tierra, a las tareas de liberación nacional, a los reclamos más elementales de los obreros urbanos y rurales, sin destruir el poder y atacar la propiedad de los grandes capitalistas dueños de las tierras y las fábricas, y sin romper con el imperialismo. No puede hablarse siquiera de paz para el pueblo mientras estén en pie el ejército masacrador y el poder de los ricos que alimentan a las bandas fascistas. La guerra campesina sólo encontrará una dirección confiable y un aliado seguro en el proletariado urbano y agrícola, la única clase que puede acaudillar la lucha de la nación oprimida y conducirla al triunfo, asegurando, mediante su propio poder, la realización íntegra y efectiva de las demandas de tierra, pan, trabajo, libertad y liberación nacional, imponiendo un gobierno obrero y campesino basado en los organismos de combate de las masas, destruyendo al aparato estatal de la burguesía a instaurando sobre sus ruinas una República Obrera. Sólo un partido obrero, revolucionario e internacionalista, vale decir trotskista, puede pelear consecuentemente por este programa y esta estrategia.

Notas:

1 Clarín, 18-06-99.
2 El volumen total del negocio que se mueve en torno al narcotráfico en Colombia es muy superior, aunque la parte del león queda en Estados Unidos.
3 Le Monde Diplomatique, 02/99.
4 Tiempos del Mundo, 1º-04-99.
5 The Economist, 12-06-99.
6 Como las declaraciones formuladas en la Asamblea General de la OEA en Guatemala hace poco por el gral. Charles Wilhelm, jefe del Comando Sur de EE.UU.
7 The Wall Street Journal, 29-06-99.
8 Idem.
9 Tiempos del Mundo, 3-05-99.
10 Le Monde Diplomatique, 02/99.
11 Le Monde Diplomatique, 02/99.
12 The Economist, 15-06-99.
13 The Economist, 15-06-99.
14 El País, 20-01-99.
15 Revista Resistencia, febrero-abril de 1999.
16 Declaraciones del “Mono Jojoy” jefe militar de las FARC y heredero virtual de “Tirofijo” a Clarín, 6-07-99.
17 MOIR, corriente de extracción maoísta con cierta presencia sindical.