Estrategia Internacional N° 8
Mayo/Junio  - 1998


JORNADAS REVOLUCIONARIAS EN INDONESIA

Claudia Cinatti

Todo indica que Suharto, el dictador que gobernó Indonesia durante 32 años, tiene los días contados. Luego que el gobierno lanzara un plan acordado con el FMI que pegaba un nuevo y durísimo golpe a los trabajadores y las capas medias, ya enormemente empobrecidos por las consecuencias de la crisis económica, las revueltas de los pobres que se venían desarrollando casi desde el inicio de la crisis y los dos meses de continuas movilizaciones estudiantiles dieron un salto transformándose en verdaderas jornadas revolucionarias al grito de “¡Abajo Suharto! ¡Abajo los precios!”. Levantamiento de los estudiantes y jóvenes trabajadores en la ciudad de Medán (tercera del país); movilizaciones estudiantiles en Yakarta reprimidas por la policía que no hicieron más que desatar la ira popular; decenas de miles de hambrientos saqueando supermercados y atacando los símbolos del poder, como los bancos, algunas de las sedes gubernamentales, los barrios residenciales, algunas de las empresas de la familia de Suharto y los comercios de la rica minoría china en Yakarta el jueves 15 y el viernes 16 (con miles de edificios incendiados): son estos hasta hoy los hitos de acciones que se suceden a diario y que están llevando a la crisis terminal de un régimen que hasta hace pocos meses era presentado como modelo de estabilidad por el imperialismo.
Las consecuencias de estas grandes acciones de masas no sólo se están haciendo sentir en Indonesia, el cuarto país más poblado del mundo. Han provocado, en el marco del hundimiento económico de los antiguos tigres asiáticos, la caída de las bolsas en el conjunto de la región, principalmente en Hong Kong y Singapur, y ya está planteando el temido “efecto contagio”. Es que las masas de la región están soportando las mismas medidas de ajuste impuestas por el FMI a cambio de sus “paquetes de rescate”, y no se puede descartar que las llamas de Yakarta terminen por enceder la pólvora de la clase obrera y sectores explotados, como el poderoso proletariado de Corea del Sur. La cumbre del G8 tuvo que tratar la crisis en Indonesia como uno de sus temas centrales, sin poder darle ninguna respuesta concertada.
Las jornadas revolucionarias de Indonesia anticipan un nuevo salto en el proceso de contraofensiva de masas que se viene desarrollando en varios países desde 1995.

Un salto descomunal en la miseria de las masas y el odio a la dictadura de Suharto: los motores de las jornadas revolucionarias

Luego de años de “prosperidad”, la crisis asiática ha provocado una catástrofe económica en Indonesia: la moneda perdió el 70% de su valor, los precios de los alimentos básicos se han disparado, desatando una escalada inflacionaria llevando a un empobrecimiento brutal a la mayor parte de la población. La desocupación trepó a 13 millones de desempleados de 2,5 millones que había el año pasado.

En este marco de crisis y luego de meses de tira y afloje, el 4 de mayo Suharto lanza un brutal plan de ajuste acordado con el FMI. Mientras quedan intactos los intereses y las enormes fortunas amasadas por Suharto, sus familiares y favorecidos, todo el peso de la crisis se descarga sobre las masas.

El gobierno le quitó el subsidio a los combustibles, llevando a un aumento del 70 % en el kerosene, el combustible con el que cocinan los pobres, el precio de la electricidad subió un 60%, el transporte el 66% y el precio de los boletos de tren un 100%.

Este salvaje plan de ajuste colmó la paciencia del movimiento de masas, que como parte de la crisis asiática sufrió una abrupta caída en su nivel de vida, llevando a la desesperación a millones de personas que quedaron en la miseria absoluta. Este aumento descomunal de la miseria de las masas es lo que motoriza su odio al régimen dictatorial al que responsabilizan por la crisis

Los estudiantes actuaron como catalizadores de la rebelión popular. Sus consignas de “Abajo los precios” “Abajo Suharto” cohesionaron el odio de la población contra el régimen y el plan del FMI, combinando las demandas económicas y democráticas de las masas.

La muerte de seis estudiantes durante una movilización a manos de la policía fue el desencadenante para la generalización de la rebelión entre los sectores explotados y oprimidos, en especial los millones de jóvenes desocupados. Es que los estudiantes, tras meses de movilizaciones contra la dictadura, se habían ganado el respeto de toda la población. Con la irrupción de los pobres urbanos las movilizaciones se transformaron en revuelta generalizada: “Una amenaza mayor vino de las movilizaciones de jóvenes que fluían de los ghettos de la ciudad, a la mañana temprano. Esta gente, que fue duramente golpeada por el espiral de desempleo de Indonesia, dio vuelo a sus sentimientos libremente de todas formas posibles, contra todo lo que encontraba a su paso”. (New York Times, 15-5). La incorporación de este sector a la protesta fue lo que le dio un carácter mucho más violento: “Esta gente no ha tenido ninguna salida para sus frustraciones (...) Cuando piensan en política, sólo piensan en ‘quemar todo’” (NYT, 15-5), comenta un ex activista estudiantil que participó en las luchas contra la ocupación de Timor en 1974.

Las acciones de las masas han transformado a la crisis económica en una crisis política descomunal, abriendo un proceso revolucionario en el país.

 

Elementos de la situación revolucionaria

1- El crack de las economías del sudeste asiático que hundió los países de la región desde octubre del año pasado y del que se espera un nuevo salto. Los planes de “salvataje” lanzados por el FMI y las potencias imperialistas con el concurso de los gobiernos locales lejos de restaurar la estabilidad han exacerbado la lucha de clases en la región, de la que Indonesia es el punto más alto.

2- Las insoportables condiciones de vida de las masas que las empujan a acciones cada vez más decididas y generalizadas, es decir, a la realización de acciones históricas independientes. “De lo que no hay duda es de que la multitud embrutecida y fuera de control está provocando una situación caótica en el cuarto país más poblado del mundo. La mezcla de la ira estudiantil y la agresividad de la policía antidisturbios parece condenar a las ciudades de Indonesia a una escalada de violencia imparable, en la que cobra protagonismo un ejército de pobres que crece por días en los umbrales de las ciudades de este país asiático” (The Guardian, 15-5).

3- La división de la clase dominante ha abierto brechas en las alturas. Esta se expresa en:

a) El giro de la oposición, que de sus tímidas críticas pasó a pedir abiertamente la renuncia de Suharto. “Los llamamientos para que Suharto deje el cargo, realizados por Amien Rais, líder del movimiento musulmán Mohamediya que se atribuye unos 28 millones de seguidores, han encontrado eco en los descontentos. La crisis está dando impulso a la creación de un frente común, en el que se encontrarían Rais, Megawati, hija del presidente Sukarno, y el líder de la mayor organización musulmana, Abdurrhaman Wahid” (The Guardian 15,5). En los últimos días este frente fue formado en lo que algunos analistas denominan “un gabinete en las sombras” y convoca a movilizaciones de masas para el día miércoles 20 de mayo, día de la independencia nacional.

b) El intento del Golkar, el partido de Suharto, con el acuerdo de las distintas fracciones en que está dividido, de lograr la renuncia de Suharto y permitir una “salida constitucional”. Esto fue señalado el lunes 18 por Harmoko, presidente del Parlamento, ante miles de estudiantes que se habían movilizado a la puerta del Congreso y confraternizaban con los soldados. Harmoko también anunció que la directiva de la “Asamblea del Pueblo” (máximo órgano constitucional) se reuniría para este fin en los próximos días. Una decena de ex generales del ejército, antes leales al Presidente también apoyaron esta salida.

Esto es continuación del surgimiento la semana pasada de una importante fracción del Golkar que levantaba el pedidio de renuncia del dictador. Esta actitud del partido gobernante es el indicio más importante de rebelión abierta de la maquinaria política que ha gobernado Indonesia por más de tres décadas. “‘Si no se margina pacíficamente, debemos forzarlo a irse’, dijo un dirigente” (La Nación, 16-5).

c) El ejército, el pilar fundamental del régimen, fue desbordado. El General Wiranto, jefe del Ejército y Ministro de Defensa, declaró ante una audiencia parlamentaria el sábado 16 de mayo que “preferíamos usar la prevención y la persuación, y que sólo se reprima en casos extremos, no estábamos preparados para enfrentar crisis en todas las grandes áreas” (La Nación, 16-5). Ante el embate de las masas las Fuerzas Armadas del régimen evidenciaron fuertes signos de desgaste y división, como se vio en las movilizaciones en las que, mientras la policía -aparentemente ligada al general Prabowo, yerno de Suharto, y que según la prensa internacional es el referente de los sectores anti-chinos e islamistas de las Fuerzas Armadas- reprimía salvajemente; algunos batallones del ejército, principalmente los marines, no sólo no intervenían en la represión sino que incluso confraternizaban con los manifestantes. “Las fuerzas armadas hoy aparecen profundamente divididas alrededor de cómo responder a la continua rebelión. Al menos una unidad de Marines(...) marchó con los manifestantes, y se implicó en un tenso enfrentamiento con la policía antimotines en una esquina, que disparaba gases y balas de goma para dispersar a la multitud. (...) En la intersección de las calles Salemba Raya y Pramuka, los marines formaron un cordón entre los manifestantes y la policía, tratando de protegerlos. Los periodistas dijeron que los marines cantaban obscenidades contra la policía (...) Los diplomáticos dicen que el espectáculo de los marines alineados con los manifestantes y enfrentados públicamente a la policía, debe ser insoportable para Suharto, que por primera vez en más de tres décadas de dirección, debe cuestionar la lealtad de al menos una fracción de sus fuerzas armadas”. (The Washington Post, 14-5)

d) Estas brechas en las alturas están expresando como las acciones de las masas vienen carcomiendo los pilares del régimen. “Alain Dupont, analista de la Universidad Nacional de Australia, analizó así los acontecimientos: ‘Hay que verlo en el contexto de una extraordinaria crítica contra el régimen por parte de individuos y organizaciones que eran pilares de la estructura de poder’. Las clases liberales están favoreciendo las protestas” (El País, 14-5).

4- Las potencias imperialistas que hasta hace días atrás consideraban a Suharto como el único líder confiable para hacer pasar el plan del FMI, empezaron a cambiar su posición a medida que crecía la rebelión de las masas. Como comentan periodistas internacionales, en relación a la cumbre del G8, “los líderes occidentales no mostraron demasiado simpatía por su colega Suharto”. Sobre una eventual caída de Suharto, Clinton, el más renuente a retirar el apoyo al dictador, dijo que “esa posibilidad está en manos del pueblo indonesio” y urgió al gobierno a que inicie rápidamente reformas políticas y el diálogo. El presidente francés, Chirac fue más explícito “Indonesia necesita un líder capaz de adoptar las medidas necesarias para poner fin a la crisis del país. No debemos olvidar que ya hemos destinado 40.000 millones de dólares a Indonesia, pero está claro que las medida económicas que se deben aplicar para acotar la crisis no se pueden adoptar en medio de la actual situación política” (Clarín 16-5). Este giro en la política imperialista es una muestra de cómo la rebelión popular cambió el escenario y abrió en Indonesia una situación llena de incertidumbres.

5- El giro a la izquierda de la clase media que se formó al calor de los años de la “prosperidad”, y que vio caer drásticamente sus condiciones de vida con el estallido de la crisis, y de millones de jóvenes con aspiraciones de lograr ascenso social, dejó prácticamente sin base social al régimen de Suharto. “En la década pasada, la joven generación indonesa había sido intoxicada por una riqueza siempre en expansión y expectativas cada vez mayores. Ahora todo esto se ha evaporado -y los jóvenes acusan al régimen de Suharto de permitir que la corrupción y el nepotismo liquiden sus sueños”. (Newsweek 11-5) Esta desilusión de millones de jóvenes los ha unido a los trabajadores y los pobres de las ciudades en su odio al régimen y a las duras consecuencias de la crisis económica.

 

Perspectivas del proceso revolucionario en curso

Con las grandes acciones que señalamos al principio la situación revolucionaria devino en crisis revolucionaria, es decir, una situación donde el embate de las masas provocó que las instituciones sobre las que se asentaba el dominio burgués perdieran el control y donde no está claro cuáles podrán reemplazarlas. La profundidad del proceso puede verse en que quizás el último intento de Suharto por mantenerse a flote, el retiro de todos los aumentos de precio, no surtió ningún efecto: la población sigue exigiendo su retiro inmediato. La pérdida de Suharto de toda base social y todo punto de apoyo acerca su destino al de viejos dictadores como Marcos en Filipinas -que cayó producto de un levantamiento de masas en 1986- o Mobutu Sese Seko en Zaire, que fue derrocado el año pasado. Ante el temor que la continuidad de Suharto al frente del gobierno radicalice aún más al movimiento de masas se esbozan distintas variantes burguesas. Aunque con diferencias, los miembros del partido gobernante en el Parlamento y la oposición están buscando concertar una salida de Suharto “por medios constitucionales” que canalice el odio de las masas y preserve al ejército. En este marco se inscriben tanto el llamado del Parlamento a la renuncia del dictador, como la política del líder musulmán Amien Rais y la hija del ex presidente Sukarno. Para esta perspectiva esperan que se defina el Jefe del Ejército Wiranto, más proclive al diálogo con la oposición que el segundo jefe Prawobo, yerno de Suharto. Hasta el momento Wiranto no se ha pronunciado por esta salida ya que teme que tal decisión profundice las enormes brechas existentes en el Ejército.

Pero cualquiera sea el desenlace inmediato lo cierto es que la situación ya ha avanzado demasiado como para contenerla en un solo acto. Las masas golpearon primero. Como dice un analista “El sentido común aquí siempre había sido de que cuando la situación se volviera la suficientemente caótica, los generales de la fuerzas armadas irían a decirle a Suharto que había llegado el momento de que diera un paso al costado. Pero esto supone que habría una unidad alrededor de quién lo remplace”. El mismo termina señalando: “Hay un acuerdo general sobre la necesidad de cambio -pero no una respuesta específica a la pregunta ¿Cambiar hacia dónde?” (Washington Post, 14-5)

Mirando un poco hacia atrás podemos ver cómo día a día la emergencia de las masas fue volviendo impotentes las respuestas que se proyectaban para contenerlas. Ante las crecientes movilizaciones estudiantiles que golpeaban al régimen desde febrero, el sector del ejército que responde al General Wiranto había empezado a plantear una salida de reformas políticas graduales, tratando de conformar a las estudiantes sin desafiar directamente a Suharto. La revuelta generalizada de estos días liquidó este plan de transición pacífica y ordenada. Como plantea Far Eastern Economic Review del 14-5, “La tragedia acontecida en las calles de Yakarta redujo drásticamente esta salida intermedia, debilitando los esfuerzos del ejército de guiar el proceso de reformas pacíficamente”.

La salida de un golpe bonapartista contra las masas no cuenta con una base social sólida, aunque no puede descartarse una acción de este tipo lanzada por un sector del ejército si no se logra una salida concertada o las masas se desgastan. El caos generado por los levantamientos (500 muertos en la capital) no logró dividir al pueblo pobre de las capas medias que siguen reclamando la salida del dictador. Esta salida era alentada por los sectores más ligados al clan Suharto, en especial su yerno el general Prawobo, que según algunos analistas ha estado detrás del ataque a algunos de los blancos de la minoría china, con el objeto de sembrar el caos y crear las condiciones para la imposición del “orden”. La poca viabilidad de esta salida fue señalada por un cronista un día antes de los sucesos en Yakarta: “Un escenario ampliamente discutido sería que Suharto podría estar preparándose para imponer la ley marcial o invocar poderes de emergencia (...) Pero un curso así de dramático acarrearía un costo potencialmente alto, tanto desde el punto de vista interno como internacionalmente. Internamente, imponer la ley marcial podría probar severamente la capacidad de los 400.000 miembros de las fuerzas armadas para mantener el orden en este vasto archipiélago; muchos creen que la fuerza, relativamente pequeña para la población de 200 millones, estaría mal preparada si se viera obligada a enfrentar grandes estallidos simultáneos en varias ciudades” (Washington Post, 14-5). Si esto igual ocurriera precipitaría posiblemente a la guerra civil abierta.

La oposición al régimen de todas las clases fundamentales de la sociedad, que dejó por ahora sin base social la salida bonapartista ha alentado la variante que podríamos llamar “a la Filipina”, que busca evitar que las jornadas revolucionarias que estamos viviendo se transformen en insurrección obrera y popular que liquide revolucionariamente al régimen de Suharto y a su pilar, el Ejército. Buscan evitar también que en el curso de la movilización, las masas tomen en sus manos, independientemente de las variantes burguesas que hoy se postulan, desarrollando organismos de democracia directa, la resolución de las demandas de “pan y libertad” que motorizan el actual proceso revolucionario.

En Filipinas en 1986 se desarrolló un proceso revolucionario, ante el cual, después de meses de movilizaciones de masas y agitación social que provocaron un enorme desgaste al dictador Marcos, Juan Ponce Enrile, ministro de defensa del gobierno por quince años y Fidel Ramos, futuro comandante en jefe del ejército le quitaron el apoyo a Marcos y le exigieron su renuncia, uniéndose a los reclamos de la oposición burguesa y de la iglesia católica (pasada a la oposición apenas poco tiempo antes). En otras palabras, ya que era imposible conseguir una transición pacífica en el poder por el empecinamiento de Marcos, forzar que su inevitable caída fuera hecha por dos hombres de toda la confianza del imperialismo y la iglesia, anticipándose en forma más o menos preventiva a la acción independiente del movimiento de masas.

Esta política de “reacción democrática” fue posible en Filipinas por el terrible peso en el movimiento de masas de la iglesia católica, que transformaba las movilizaciones en misas junto a “Cory” Aquino (esposa de un reconocido opositor burgués a Marcos asesinado en 1983), y rezaba para que Marcos le entregara el poder, y por la presencia de las bases militares yanquis en el propio país. Para contener a las masas “por izquierda” estaba el NEP (Nuevo Ejército del Pueblo, guerrilla maoísta, esencialmente campesina, que fue enemiga de la revolución obrera y su estrategia era un “gobierno de coalición democrática”, es decir, con un ala de la burguesía) y su organización política, el Partido Comunista de Filipinas.

Hoy en Indonesia el imperialismo no cuenta ni con presencia militar suficiente para hacer frente a un levantamiento generalizado en el archipiélago, ni con grandes instituciones confiables y con peso entre las masas como la iglesia católica en Filipinas.

Para Indonesia, un plan de reacción democrática del tipo filipino puede llegar demasiado tarde. La revuelta generalizada de las masas estalló después de una espectacular crisis económica, que hundió al sudeste asiático y que no deja ninguna perspectiva para las masas de mejorar su situación, y es muy difícil convencer a millones de personas hundidas en la miseria, que la estabilidad política traerá la estabilidad económica. “Necesitamos un período de transición”, dijo Laksamana Sukardi, economista y consultor, asesor de la opositora Megawati Sukarnoputri. “Post-Suharto, la economía va a ser terrible. No se va a recuperar rápido....Lo que necesitamos es un lider que tenga influencia y que sea respetado por el pueblo, que pueda decirle a 200 millones indonesios que tienen que sacrificarse todavía más”. ¡Lástima para la burguesía que ese líder aún no existe! Por su parte, Salim Said, analista de las fuerzas armadas indonesias, dijo que “El período de transición que seguirá a Suharto será políticamente caótico. No esperen una democracia, como en Filipinas, porque no hay una clase media que sea el pilar de la democracia”. (Washington Post, 17-5). Es que las masas se han levantado audazmente no sólo contra la dictadura sino contra la miseria impuesta por el FMI. Su insoportable situación, hace que cualquiera de estas variantes si no se basa en una derrota en las calles, o en un desagaste de la energía de las masas, sea completamente transitoria y que estemos ante un escenario donde las convulsiones van a continuar los próximos meses. Cualquiera sea el régimen que surja va a tener la debilidad de todo régimen kerenskysta, haciendo un paralelo con los gobiernos que siguieron a la caída del Zar en febrero de 1917 en Rusia.

 

El proletariado debe transformarse en
caudillo de las masas explotadas y oprimidas

La debilidad más grande que presenta el carácter actual de la acción de las masas para que este proceso se transforme en revolución proletaria es que la clase obrera -salvo algunas huelgas locales- no ha intervenido aún como con sus propios métodos y política. Hasta donde sabemos tampoco se han desarrollado órganos de democracia directa de las masas, como fueron, por ejemplo, los “shoras” (consejos) en la revolución que liquidó al régimen del Sha en Irán en 1979. La inmadurez política de las masas puede verse en que son los estudiantes los que asumen la representación política del pueblo (a la manera que en la revolución de febrero en Rusia lo hacían los profesores) y en que cuando es el pueblo pobre el que se expresa directamente lo hace “quemando todo”. Gran parte de las masas confía en que sus acciones pueden presionar a que un sector del Ejército se ponga de su lado, y no hay aún tendencias al armamento del pueblo.

En estas falencias se apoyan los distintos intentos burgueses que señalamos antes. Sin embargo, como dijimos, las condiciones más generales hacen difícil que pueda imponerse una salida reaccionaria (o directarmente contrarrevolucionaria) fácilmente. Aunque salvo en Medan, donde la juventud obrera jugó un papel de vanguardia, la clase trabajadora actuó diluída en el pueblo en estas primeras jornadas revolucionarias, no hay nada que diga que no vaya a comenzar a intervenir en el próximo período con sus propios métodos. Es que la enorme crisis en las alturas y las acuciantes condiciones económicas empujan a esto. En la entrada en escena del movimiento obrero y de masas se juega el destino de la revolución hoy abierta en Indonesia. La clase obrera debe mostrar el camino para resolver las tareas planteadas por las recientes jornadas revolucionarias. Ella es la única clase que está en condiciones de dar solución al hambre y la miseria que sacuden a las masas, echando al FMI y expropiando y poniendo bajo control obrero las propiedades del clan de Suharto, los grandes capitalistas y las fábricas de los burgueses que están huyendo del país ante el levantamiento popular. La clase trabajadora debe también enfrentar la trampa de los que hoy se presentan como demócratas (ya sea miembros del régimen que se pasan a la oposición, Amien Rais u opositores de más larga data como la hija del ex Presidente Sukarno) y buscan servirse de la movilización popular para servir desde el poder al mismo amo que Suharto: el imperialismo y el FMI. En esta dirección la clase obrera debe impulsar audazmente el desarrollo de organismos de democracia directa de las masas y su armamento. Este es el camino para que el proletariado se convierta en caudillo de las masas levantadas, rompa con el imperialismo, derroque al régimen e imponga un gobierno obrero, campesino y popular.